17 de julio de 2012

Hace un año


Había mucha niebla alrededor, apenas se distinguían las formas o el contorno de los cuerpos que tenía a mi lado, pero sabía perfectamente con quién me encontraba y qué estaba haciendo.
Ellos estaban ahí por el mismo motivo que yo. Maxi. Distintas posiciones, pero la misma razón por la cual luchar.

El alguacil se negó en rotundo a escucharnos. Con malicia, nos dijo que moriría al amanecer. Yo no sabía qué había hecho, pero algo en mi me decía que era culpable. Había inclumplido la ley. Una ley que nos estaba hundiendo a todos en un agujero negro tan profundo que no se veía el fin. Nuestra intención era clara. No pensábamos ir para despedirnos de ti. Fuera como fuera te sacaríamos de ese lugar.

Finalmente el alguacil accedió a que yo pasase, con recados y besos de sus desdichados padres, me encaminé a cruzar el vasto campo que separaba la ciudad de la fortaleza.
Tierra muerta, mísera. Un ambiente verdoso, de polución y contaminación rodeaba el recinto, como queriendo avisar a quien se acercase para que no siguiera avanzando.
Pero eso no me iba a detener. A pesar de no tener la menor idea de cómo iba a salvarte, tenía una seguridad en mí misma que no había experimentado jamás.

La fortaleza apenas se veía tras unos altos muros con torretas, que la rodeaban por todos lados. El acceso por el que entré era una puerta de rejas de un tamaño descomunal. Parecía que estuviese abierta siempre, retando tal vez a los presos desde sus celdas a atisbar la libertad. Llegué a una estancia abierta donde había un par de guardias con mirada hostil y gesto de asco. Por un pasillo escondido te vi llegar, custodiado por dos guardias.


Me abalancé a tus brazos y no me fusioné con tu cuerpo. Deseé besar tu cara magullada, tus labios rotos, tomar tus manos y guardarlas en las mías, acariciar tu piel y darte mi energía. Pero hasta en los sueños sé que no debo amarte. Te susurré al oido que nos íbamos a ir de ahí. Pero tu me miraste sonriente y negaste.

En ese momento no comprendí mi reacción. Por dentro me sentía desesperada, angustiada, con una rabia y pena que me harían explotar. Por otro entendía las "razones" de tu decisión.
Nos matarían.


Di media vuelta y, cabizbaja, me dispuse a volver a cruzar el vástago cementerio de vuelta. Apenas crucé el portón de rejas vi a dos guardias acercándose a mi, nada extraño, todo aquello hubiera sido normal, si no fuera porque al verme, se miraron entre sí y sonrieron con una complicidad... maléfica. Rápidamente me cogieron de los brazos y evitaron que pudiera moverse, pero grité.

Al instante apareciste corriendo, a la velocidad del rayo y, con dos golpes, tumbaste a los guardias. Me cogiste de la mano y dijiste "Cambio de planes, vámonos". Corrimos por la basta llanura perseguidos por un centenar de guardias. Se nos cruzaron varios, a los que derrotabas sin despeinarte siquiera. Y cuando te acorralaban muchos, yo me movía velozmente y les golpeaba en la entrepierna o en los ojos.

Ya casi podía vislumbrar la ciudad, cuando aparecieron un millar de guardias rodeándonos por todos lados. Nos detuvimos en seco, contra algo así no había nada que hacer.


Me miraste y me sonreíste de nuevo, tu sonrisa. 


Y me empujaste al suelo, a un pequeño matorral, que apenas podría ocultarme de nada. Pude ver cómo cientos de flechas chocaron contra tu cuerpo, cómo te desvanecías en el suelo sin que a mi me diera tiempo a reaccionar. Cuando pude levantarme y alzar la cabeza, una flecha apuntando a mi cabeza se dirigía a mi a toda velocidad.

No noté el impacto.

~

Cuando abrí los ojos me encontraba en una cama enorme... con sábanas suaves y color gris. Me encontraba desnuda, pero no sentía frío, sentía cálidez en mi cuerpo, una sensación muy agradable. La mente despejada y un olor suave a lluvia. Sabía que tenía alguien a mi lado, pero no me importaba, ni sabía quién era, porque sentía que con esa persona todo iba a estar bien.

Entonces su mano acarició mi hombro, bajó por mi pecho y se deslizó por la curva de mi cintura hasta llegar a mis piernas; destapándome.
Me di la vuelta y ahí estabas.

Otra vez...

Sin ningún miedo me acerqué a tu boca, me arrimé a tu cuerpo y el calor comenzó a fluir.